René Avilés Fabila  René Avilés Fabila

Los comienzos de una generación VI René Avilés Fabila

David Gutiérrez Fuentes

La redacción de un periódico no es medio propicio para entrevistar a alguien pero René Avilés no podía salir de Excélsior a tomarse un café conmigo para que platicáramos del tema que desde hace unas semanas me mantiene ocioso: Búsqueda. Mientras se regresaba la cinta de mi grabadora, pude ver de lejos al vate don Manuel Campos Díaz y Sánchez, a quien leo primero que a nadie en la sección editorial de este diario (y palabra que no es lambisconería al estilo priísta). Mi entrevistado, y jefe para acabarla de amolar, se acomodó en un escritorio que sepa Baco a quién pertenecía. Luego, se lanzó al ruedo como iba: Yo supe de la revista Búsqueda por Cesarache Espinosa, que iba en la preparatoria conmigo. Al poco tiempo, sabiendo él que yo me interesaba en la literatura, que tenía un grupo de amigos que escribían, como Gerardo de la Torre y José Agustín, me invitó a formar parte de la revista. Allí conocí a Alejandro Aura y a Elsa Cross.

¿Opinas como muchos que Búsqueda sirvió más bien de puente para que ingresaran todos al taller de Juan José Arreola?

En cierta medida. Yo ahí publiqué tres cuentos y uno de ellos, o dos tal vez, salieron después en mi primer libro: Hacia el fin del mundo. Es decir, Búsqueda me permitió descubrir las posibilidades de la fábula y el cuento fantástico, que después ha caracterizado a parte de mi obra. Yo me imaginaba que después de la hoja literaria tenía que haber algo más, pero no sabía que ese algo tenía que ser Juan José Arreola. Lo que ocurrió es que un día José Agustín me dijo que lo había conocido y enseguida me lo presentó. Sin embargo, recuerdo a la hoja como un paso importante en mi formación de escritor.

Y de Arreola, ¿qué me puedes platicar?

De eso ya he hablado mucho: definitivamente siento que el encuentro con Arreola fue muy destacado para todos. Aunque con él se da otro fenómeno, con él aumenta el número de integrantes de esta generación. De Búsqueda íbamos José Agustín, Gerardo de la Torre, Jorge Arturo Ojeda, tal vez Luis Acosta, pero ahí nos encontramos con otros como Roberto Páramo, Juan Tovar... Es decir, en Mester ya no éramos los tres o cuatro autores de antes, sino más. Claro, hubo escritores que nunca estuvieron ahí sino ocasionalmente, como Gustavo Sáinz, quien sólo mandó una colaboración a Búsqueda y, si mal no recuerdo, nunca envió nada a Mester. Ahora, Arreola a mí me enseñó el valor de la síntesis, de la precisión, de la prosa ceñida pero lo que me quedó más grabado son las tardes en que iba sólo con él a tomar una sesión de taller particular. Ahí me decía esto no, por aquí sí, esa frase es larguísima... En fin, ya daba explicaciones técnicas, ya mostraba los secretos del oficio. Porque las sesiones del taller eran un relajo: a veces éramos quince, otras veinte, a veces llegaban personas de paso que nunca volvimos a ver, señoras que querían conquistar a Arreola... Era un tumulto. Creo que lo más importante en mi caso fue el trabajo particular con Arreola. Y claro, es estimulante que tú tengas como maestro a una figura de su dimensión. El siguiente paso fue el Centro Mexicano de Escritores…

Para allá iba. A ti te dieron la beca del Centro en 1964, a Jorge Arturo en 1965 y al parecer eso provocó la ira de José. Agustín. ¿Tú no tuviste problemas al resultar elegido?

Mira, en realidad Jorge Arturo obtuvo la beca el mismo año que yo. Esta es la única vez que hemos derrotado a José Agustín. Tanto yo, como Jorge Arturo, con menos obra y menos importancia (porque José Agustín ya tenía escrita La tumba y De perfil (dos novelas que son fundamentales) obtuvimos la beca para el periodo 64-65. También la ganaron Leopoldo Ayala, su hermano, el crítico de cine Jorge Ayala Blanco, Marcela del Río. Raúl Navarrete y no me acuerdo quién más. Lo importante del caso es que ahí ya no estaba sólo Arreola. También estaba Francisco Monterde: un erudito, un hombre de una cultura muy, muy amplia, y desde luego Rulfo, quien aunque era un poco gruñón, contribuía a que limáramos nuestros excesos, a que nos preocupáramos más por el rigor, a que leyéramos más autores. Piensa que de todos nosotros, salvo excepciones como el caso de Jorge Arturo, nadie había estudiado Letras. En el Centro Mexicano de Escritores todos tuvimos problemas.

Pero a veces era nuestra prematura arrogancia la que causaba el malestar de Rulfo o de Arreola. Ahora, déjame terminar la respuesta con esto: en ese momento el Centro Mexicano de Escritores fue un punto fundamental. No había escritor importante que no hubiera pasado por él. Estar en el lugar en donde habían estado también como becarios Fuentes, Monsiváis, Poniatowska, Castellanos, Arreola, Rulfo, era muy estimulante. Yo trabajé con mi beca el libro Hacia el fin del mundo, que después publicó el FCE.

En un artículo que publicaste en tu espacio editorial de los sábados, leí que escribiste acerca de tu cambio de actitud hacia los integrantes de la mafia de los sesenta. También recuerdo que alguna vez te oí mencionar las palabras de “caudillo intelectual”. ¿Piensas que en el panorama cultural de hoy, subsiste esta clase de gente?

Considero que a imagen y semejanza del presidencialismo mexicano, ha habido siempre grandes intelectuales con mucho poder que tratan de llevar su liderazgo más allá del terreno cultural y lo pasan al terreno político. Yo creo que la mafia de los años sesenta fue muy sonada. Sin embargo, en su actitud se sentía el humor, el desenfado, una cierta agresividad en contra de los valores tradicionales que ya resultaban obsoletos. Por otro lado, sí era una mafia que te cerraba caminos, que te cerraba puertas. No podías publicar con facilidad. Tenían controlados los medios. Entonces había que romperla y eso fue lo que tratamos de hacer. Con declaraciones, con conferencias e inclusive con libros, como fue el caso de mi novela Los juegos, que tuvo un gran éxito en aquella época. En la actualidad tenemos al grupo que encabeza Octavio Paz y que obviamente tiene la pretensión de convertirse en un grupo dominante, con control sobre la cultura. Dicho control siempre tiene que ver con el poder. Es decir, si no tuviera su grupo apoyo oficial, gubernamental, reconocimiento y todo lo que esto implica (editoriales estatales, televisión, estaciones de radio) nunca se habría convertido en una mafia. O al menos no tendría tanta fuerza destructiva.

Hace poco Octavio Paz publicó un artículo en La Jornada, y al final del mismo, mediante un juego de palabras dijo que en lugar de hábil resultaste vil. ¿Qué piensas de esta imputación?

Ya contesté en Excélsior a esa broma de mal gusto de Octavio Paz. Te juro que con frecuencia trato de ser vil, pero esa vez no era mi intención. Simplemente manifesté mi entusiasmo porque todos los escritores, los pintores, los músicos, los intelectuales, en un momento en el que el país así lo requiere, hagan política, asuman posiciones políticas, se afilien a partidos políticos... Porque yo siempre he creído que el intelectual debe asumir un compromiso, aunque sea como ciudadano. Es decir, si tú no quieres poner tu arte al servicio de una corriente política pues no lo pones, pero como ciudadano no te puedes quedar con los brazos cruzados. Bueno, ése era todo mi júbilo. No entiendo el malestar de Paz.

La siguiente pregunta se la hice a José Agustín, y tú, que estudiaste Ciencias Políticas, también estás obligado a escucharla: ¿Cómo ves el panorama político de este México aún bárbaro?

Lo veo muy positivo. Estamos observando fenómenos insólitos y altamente saludables para la nación.

El que haya aparecido primero un movimiento importante como el del CEU, reivindicando dentro de una comunidad universitaria las posiciones que deben asumir los estudiantes, los profesores, los investigadores, me parece muy importante, aunque pienso que se trató de una reacción normal al autoritarismo de Jorge Carpizo. Y luego el que la oposición de izquierda haya renacido y cobrado esta dimensión, me parece muy sano. Lo insano es que haya un sólo partido, lo insano es que se gane una elección con el noventa por ciento de la votación, lo insano es la ausencia de una oposición. Estoy muy feliz con el movimiento que se está dando. Y bueno, más de una vez lo he manifestado: ya no pienso volver a militar en ningún partido, pero no estoy dispuesto tampoco a dejar pasar estos acontecimientos sin dar mi opinión. Por eso sigo escribiendo, opinando y por eso mi columna es abiertamente política.

No es mi intención provocar rencillas, pero tampoco la de quedarme con las preguntas en la mente. Recuerdo que en una conferencia dada por ti en la que fue la casa de Venustiano Carranza, dijiste que Carpizo se ha encargado de destruir a la cultura universitaria. ¿Podrías argumentar tu juicio?

La universidad ha sido, es, una gran fábrica de cultura. Es el generador de cultura más importante que tiene el país. No hablo sólo de las bellas artes, hablo de todo lo que implica la investigación y la docencia. Lo que sí es claro es que el rector, buscando resultados de tipo político, ha ido destruyendo la actividad cultural, incluida aquí la artística. No se ha avanzado en música, no se ha avanzado en danza, en teatro hay por ahí algunos proyectos y varios directores despedidos, pero en términos generales, se le ha dado un golpe fuerte a las actividades culturales. A menos que éstas tengan un resultado de tipo político que puedan en un momento dado prestarse a la gloria del mismo Carpizo. Si tú consideras que el rector está por cumplir cuatro años y en ese tiempo le han presentado alrededor de treinta y cinco renuncias, entre ellas una muy buena parte de funcionarios culturales, podrías entenderme mejor esto que te digo. ¿Cómo explicar la salida de Federico Reyes Heroles, de Manuel González Casanova, de Carlos Quintana, de Raúl Herrera?... la lista sería larguísima, de Alicia Urreta, por ejemplo, una gran pianista, una gran artista. ¿Cómo explicar todas estas renuncias? ¿Cómo explicar la salida de Gerardo de la Torre? Desde que él fue nombrado director de la Casa del Lago, empezó a sufrir hostigamientos de parte de la rectoría y de Fernando Curiel. ¿Por qué? Porque ellos están de paso en busca de empleos políticos y nosotros no. Nosotros íbamos exclusivamente a hacer un trabajo cultural universitario. Yo apoyé mucho tiempo a orquestas como la de JulioVigueras, a quien después le retiraron el subsidio, apoyé al Ballet Nacional de Guillermina Bravo, aumentándole el subsidio (después se lo quitaron), llevé a cabo una serie de convenios dentro de la misma universidad para la edición de libros que después se negaron publicar.

¿Qué representó para ti el 68?, ¿Fue vital en tu vida de escritor?

La verdad no sé qué tanto. El 68 fue para mí, como para muchos, un parteaguas. Yo ya tenía publicados algunos libros y en realidad no había intentado el libro de tipo político. El 2 de octubre del 68 me dio la oportunidad de escribir una novela de ese corte: El gran solitario de Palacio. La manera en que me tocó presenciar la matanza, el hecho de haber tenido que correr para salvarme de los disparos, la pena de haber perdido amigos, fue algo sumamente doloroso. Sin embargo, no sé hasta qué punto haya marcado a toda una generación. Para mí, por ejemplo, como hecho literario y como hecho político, fue más importante haber conocido a José Agustín y a Gerardo de la Torre. El conocer amigos con semejantes aspiraciones de tipo ideológico, me pareció una experiencia mucho más vital que el 68. En ese año descubro la capacidad represiva del Estado.

¿Crees que tu generación es profundamente individualista?

Mira, yo tengo en ese sentido una gran coincidencia con José Agustín. Conozco sus posiciones, si mal no recuerdo aparecieron en una entrevista que salió en Excelsior hace ya algún tiempo. Apoyé esa actitud. Efectivamente somos muy individualistas. Hay un yoísmo exaltado en cada uno de nosotros. Sin embargo cabe señalar que hemos podido estar veinticinco años, en realidad un poco más, juntos. Quizás el error fue no tener una publicación, como la tuvo Contemporáneos, o como la tuvo Taller (la generación de Paz), que en un momento dado nos vinculara, nos hiciera más compañeros y que nos diera intereses comunes, que es lo que caracteriza a una generación. Pero curiosamente, después del 68, sobrevino una dispersión, cuando yo regresé de parís en 1973 ó 74, ya estaba en otro mundo. Traté de recuperar a José Agustín, a Gerardo de la Torre pero ya no pudimos hablar con la misma facilidad que al principio. Ya había algo que nos separaba, creo yo que las individualidades se habían acentuado, los egos se habían desarrollado. Habíamos perdido ese sentido de clan de los primeros años. Porque te voy a decir una cosa, en más de una borrachera nos juramos amor eterno, hicimos pactos de sangre. Me entrevistaban y yo los mencionaba, entrevistaban a Gerardo y él nos mencionaba... Sin embargo, a pesar de todo creo que seguimos estando en lo espiritual muy unidos. Los recuerdo con mucho cariño, los quiero mucho. También voy a ir de mil amores a la fiesta que propone Alejandro Aura. Quizás todavía estamos a tiempo para constituirnos en un grupo, no mafioso, no cerrado, pero si un grupo que presentara en estos momentos de crisis política su visión de lo que es la cultura en México o cómo debería ser la cultura en un México nuevo. Lo que sí no hay duda es que a pesar de exabruptos, de malos entendidos o de ciertas violencias verbales, es una generación que se tiene afecto. Ahora, piensa tú que el mayor de nosotros tiene cincuenta años; en literatura, en arte en general, los cincuenta años son apenas parte de un periodo de madurez. De tal manera que todavía tenemos un largo camino que recorrer y a mí sí me gustaría que pudiésemos hacerlo juntos, luchando contra las calumnias y vituperios que nos han endilgado.

¿Qué piensas de la onda?, tú y Agustín se han encargado de desprendérselo explicando sus porqués. Si no lo consideras una reiteración, quisiera que me los volvieras a explicar.

Mira, el desacuerdo es muy sencillo. Por ahí de 1966 ó de 67, Orfila decide publicar a los escritores jóvenes que en esa época éramos nosotros. Margo Glantz prologa el libro y ahí empieza a utilizar el término de “onda”. El libro tiene mucho éxito y aparece una especie de segunda versión en donde ahora en lugar de siete hay treinta y tantos escritores, este libro nunca se agota, pero también es prologado por Margo Glantz y aquí ella ya va a separar tajantemente a los escritores de la onda que somos nosotros (José Agustín, Sáinz, Parménides y yo) de los escritores a secas -Onda y Escritura- que son los que escriben con pulcritud, correctamente, con talento. Esta separación es ya un ninguneo. Pero deja tú eso, por que la novela de José Agustín, De perfil, tiene todo lo que quieras, menos mala escritura, allí hay un trabajo prodigioso es una novela extraordinaria como también lo es Muertes de Aurora de Gerardo de la Torre. José Agustín dijo algo muy expresivo que yo repito con frecuencia: “nunca fui jipi, nunca usé el pelo largo, nunca traje huaraches nunca anduve con el morral lleno de libros de Marx”. Nosotros fuimos de otra manera. Si lees los cuentos de Hacia el fin del mundo se ve más la presencia de Kafka o de Borges que la de los jipis. Por eso me resulta inexplicable que yo sea calificado como escritor de la onda. Ni siquiera Parménides García Saldaña, que podría ser el más caracterizado con ese término, aceptaba la calificación peyorativa. Efectivamente, consumimos drogas, oímos rock, vivimos intensamente ese movimiento pero no fuimos parte de él.

¿Quiénes son tus amigos actualmente? ¿A quiénes vez con más frecuencia?

En primer lugar creo que es importantísimo el contacto con otros escritores. Tampoco significa que los ande buscando. Pero mis amigos escritores los conservo, los respeto y sobre todo cuando termino un libro, les pido comentarios. Mi circulo actualmente son personas como Bernardo Ruiz, Luis Chumacero, su padre Ali, Gerardo de la Torre, ocasionalmente me encuentro con mocho gusto con Rubén Bonifaz Nuño quien es un gran amigo, en fin. Ya no es tan amplio como antes, pero estos son los amigos con los que me reúno. Quisiera decirte que todos los días platico con García Márquez o que me voy a cenar con Carlos Monsiváis o que Carlos Fuentes me recibe en Estados Unidos, la verdad es que no. Mis amigos siguen siendo los mismos y pocos han alcanzado una fama espectacular. Aunque me da la impresión de que podrán hacerlo; todo es cuestión de que trabajen un poco más, incluso yo.

Y con la entrevista a René, concluye esta serie dedicada a los escritores que publicaron por vez primera en Búsqueda. El balance de la generación lo hará Bernardo Ruiz en algunos Búhos procedentes. Quisiera decir que me hubiera gustado entrevistar a tres personas más: Andrés González Pagés, quien está en Tabasco; Javier Molina, quien estuvo en Chiapas y Elsa Cross, de quien ya dije la causa por la que no la pude entrevistar. Aunque ya lo dice el dicho: más vale tarde que nunca... Ya veremos luego.

* Publicado en el periódico Excélsior. Sección cultural El Búho. Domingo 20 de marzo de 1988.