René Avilés Fabila  René Avilés Fabila

René Avilés Fabila: Cometería los mismos errores*

Enrique Montes García

René Avilés Fabila responde con firmeza, sin ambages, y acepta que “es mucha pedantería, pero estoy totalmente convencido que es mi generación la que consolida la literatura urbana”. Y, lapidaria, su voz retumba: “Incluso rompe de una manera muy agresiva, insolente, con la tradición rural de la literatura mexicana”.

Habla de la generación literaria a la que pertenece, nacida alrededor de los años cuarenta, llamada por unos “del 68” y por otros -aunque incorrecto e inexacto- “de la onda”.

Avilés Fabila dice que el mundo de esa generación es el producto urbano de clase media. Su lenguaje es coloquial “nosotros lo tomamos como lo escuchamos o practicamos, y tiene la intención de destruir la sintaxis original, de romper la puntuación convencional, de evitar todo aquello que con pedantería llamábamos concesiones al lector. A veces no usamos comillas, acentos, guiones o al punto y coma le damos otro sentido”.

La generación de Avilés Fabila fue acusada de vulgarizar a la cultura nacional. Se dijo que “la llenamos de palabrotas, de escenas eróticas y de groserías”.

Formaron parte de esa generación, de especial manera, los escritores José Agustín, Gerardo de la Torre, Jorge Arturo Ojeda, Parménides García Saldaña, Alejandro Aura y Gustavo Sáinz. “Al volcarnos sobre nuestro mundo inmediato -afirma Avilés Fabila-, nuestra vida, nuestra colonia, pues el gran escenario para la literatura que hacemos es la ciudad de México, una urbe que está en expansión...”.

Acepta que el tema urbano en la literatura no es nuevo. “De acuerdo. Es muy viejo, muy antiguo, pero se daba esporádicamente. En México, el tema fundamental, e incluso la manera en que se concebía la literatura, era rural”.

¿Es entonces su generación la que afina el escenario urbano en la literatura mexicana? “Sí, estoy totalmente convencido de ello”.

Avilés Fabila compartió con sus compañeros de generación gustos musicales -el rock- y concepciones políticas e ideológicas -la izquierda-. Fueron años de adolescencia y juventud -los sesenta-, en que la presencia de la Revolución Cubana era muy fuerte.

No obstante gustos y afinidades, Avilés Fabila siente que en su generación predominó una enorme individualidad e independencia, “contrario a lo que pregonábamos. No logramos conciliar un grupo y la prueba es que para 69 ó 70 estábamos totalmente dispersos”. Cada quien tomó su camino. “A mi regreso de Europa, por 73, ya no había tal grupo. Ni siquiera eran mis amigos, habían cambiado ellos y la sociedad también. Unos casados, otros en los negocios, y algunos más, en la literatura”.

Hay nostalgia en sus palabras: “Queda un recuerdo muy grato de aquellos años de experimentación, de trabajo juntos, de búsquedas”.

La generación intentó darse un órgano de difusión, pero sin mucha fortuna. La revista Volantín, que dirigió Alejandro Aura, quiso ser ese vínculo de cohesión, “pero no se dio. No fuimos como Los Contemporáneos o el Ateneo de la Juventud. Coincidimos en la ruta, nos quisimos mucho, pero hasta ahí”.

Arreola, Rulfo, Revueltas...

René Avilés Fabila nació en la ciudad de México en noviembre de 1940. Hizo sus estudios de licenciatura en relaciones internacionales en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. De 1970 a 1972 residió en Europa, y en la Universidad de la Sorbona obtuvo un posgrado. En 1964 fue becario del Centro Mexicano de Escritores, merced a su libro de cuentos Hacia el fin del mundo, mismo que para 1969 publicaría el Fondo de Cultura Económica.

“Es difícil la pregunta. Creo que son presencias importantes”. Avilés Fabila responde a qué habría hecho él, literariamente hablando, sin literatos como Juan José Arreola, Juan Rulfo, Francisco Monterde y sin la editorial Joaquín Mortiz. ¿Existiría como escritor? “Para mí, haber leído a Arreola fue de una gran importancia. Había leído antes a Borges, pero cuando conozco a Arreola es para mí el gran deslumbramiento. Fue algo fantástico e impresionante. El representa en mi vida lo que significó mi amistad con José Agustín a los 17 años”.

Avilés Fabila se queja de que la pregunta no incluyera el nombre de José Revueltas, “al que, injustamente, no hemos mencionado. En el terreno político fue determinante para mi llegada a la izquierda mexicana”.

Y Rulfo? “En el caso de Rulfo... era muy malo como maestro. Tenía una cultura extraordinaria. Sus lecturas eran enormes y a su manera era un hombre comunicativo. ¿Ya leyó usted esto? ¿Ya leyó usted lo otro?, nos decía. Me ayudó mucho en el Centro Mexicano de Escritores, al igual que el doctor Francisco Monterde en cuanto a estilística y gramática”.

Se refiere a Joaquín Mortiz. “Es el gran editor de tantas y tantas generaciones, pero sobre todo de la mía, a grado tal que muchos no han querido salir de ahí. José Agustín, por ejemplo”.

Sigue hablando de Arreola. De su papel como maestro, “no valorado aún suficientemente. Y esto lo saben todos”. En su libro Hacia el fin del mundo, Avilés Fabila escribió esta dedicatoria: “Para Juan José Arreola, quien le quita tiempo a su arte para dárselo a los jóvenes”.

“Arreola sacrificó mucho de su vida -de su vida personal incluso-, atendiendo escritores, ayudándonos, corrigiéndonos frase por frase, cuento por cuento. Esto es algo que no hacen Paz, Fuentes, Pacheco o Monsiváis... Esta generosidad suya de ayudar, estimular, promover, de hacer talleres literarios sin cobrar. Para Mester, una revista tan hermosa y tan cara, no hubo necesidad de que pusiéramos un peso”.

Libros malditos

René Avilés Fabila ha ejercido el periodismo cultural y político en diarios como El Día, El Nacional -“la pregunta hubiera sido más completa sobre qué hubiera hecho yo, y mi generación, sin la Revista Mexicana de Cultura, donde colaboramos José Agustín, Gerardo de la Torre, Parménides García Saldaña, Jesús Luis Benítez y otros”-, El Universal, Ovaciones, Diario de México y Unomásuno. Actualmente dirige el suplemento El Búho, del periódico Excélsior.

“Uno es el único animal que mete la pata veinte veces en el mismo hoyo. Me da pena confesarlo, pero volvería a escribir íntegramente todo lo que he escrito tal y como lo he hecho. Yo, como Edith Piaf, no me arrepiento de nada. Cometería los mismos errores”.

Dos de sus libros más polémicos y que no fueron bien recibidos por la crítica, por los temas que abordaban -mafias culturales, politiquería, demagogia, corrupción y represión política- fueron Los juegos (1967) y El gran solitario de Palacio (1971), publicado este originalmente en Buenos Aires. Del primero -edición del propio Avilés Fabila-, Joaquín Díez-Canedo llegó a decir que era una obra malvada. “Quémela, es por su bien. Conseguirá el odio de todo el mundo”. Y no se equivocó. “Me costó una gran cantidad de enemistades, algunas todavía las conservo. Aún hay gente que me odia, me huye, que me ve como un vulgar, como un patán, como un enorme grosero”.

Destaca en la obra de Avilés Fabila el cuento. Asegura que es el género en que mejor se desenvuelve. Baste señalar Hacia el fin del mundo, Fantasías en carrusel, La desaparición de Hollywood, La lluvia no mata a las flores y Los oficios perdidos. Completan el catálogo las novelas La canción de Odette y Tantadel. Y reitera: “No, no me arrepiento de nada”.

Personajes suicidas

Dice Avilés Fabila que es absurdo, pero que no se había percatado de ello. Hizo una recapitulación de todo lo que había escrito, “dieciséis o diecisiete libros más o menos”, y descubrió que en su obra hay muchos personajes suicidas. “Odette, el personaje principal de La canción de Odette, se suicida”. Inició -y aún continúa- una investigación sobre el suicidio. Ha revisado bibliografía y hemerografía especializadas. La idea de Avilés Fabila es escribir una novela donde el personaje central, un hombre exitoso, se suicida.

El tema vino a cuento porque Avilés Fabila contestó a la pregunta de cómo veía hasta este momento, y en conjunto, su obra literaria. ¿Madurez? ¿Transición? Sin titubear dijo que ni una cosa ni la otra. “Me siento desconcertado. Tengo dos o tres años de escribir poco y sin mucho rigor. Sentí que estaba repitiéndome demasiado. Arreola me lo hizo notar”.
Asegura que llegó a una fase en que con extrema facilidad, “facilismo”, respondía a cualquier idea o impresión con un cuento. “He pasado a la novela, pero como un ejercicio, como una búsqueda”.

En esta nueva obra, de la que están escritos ya cinco capítulos, Avilés Fabila dice que vuelca en ella “todo lo que he aprendido hasta ahora del humor, de la crítica política, del erotismo, del amor, de la soledad”. La historia cuenta la reflexión de un hombre antes de suicidarse. “Es un quiero suicidarme y no quiero que nadie venga a salvarme, que no venga la Cruz Roja, mi esposa, mi madre, nadie”. Al mismo tiempo que en la obra se describe la vida del personaje - hombre joven, exitoso-, hay una reflexión acerca de lo que han dicho del suicidio Hemingway, Proust, San Agustín, Aristóteles. “Quiero irme con cuidado”.

Aventurado resultaba preguntar cuándo estaría en las librerías la novela. “No es aventurado. Mis libros siempre tienen un plazo, que yo mismo les fijo. Termino este año y para el próximo será sólo el trabajo de corrección. Pedí ya mi periodo sabático y he rechazado todos los empleos que me han ofrecido. Quiero concentrarme sólo en la novela, y en el periodismo, que para mí es muy importante”.

Sonríe. “No soy masoquista, yo no me torturo. Mi método de trabajo no permite sufrir, angustiarse, desesperarse ante la hoja en blanco. He leído mucho acerca de esto. Explica: “Nunca escribo un cuento o una novela si no tengo, en la cabeza, de principio a fin, la historia. Es una especie de embarazo que puede durar un día, tres días, tres años, pero sólo hasta que tengo la historia completa voy a la máquina, si no, no”.

Generaciones onderas

Avilés Fabila no milita actualmente en ningún partido político. Dice que muerto el comunismo mexicano, corriente política a la que se afilió, las opciones, por lo menos para él, no existen. “Ningún partido me satisface”. Del PRD piensa que pese a sus buenas intenciones, “muy loables”, por desgracia, ha recurrido a la vieja burocracia comunista, la cual, considera, es totalmente destructiva. “Prefiero ver las cosas desde lejos. Eso no significa que no haga y no opine de política, pero militar en un partido, eso se acabó”.
“Sé poco de las nuevas generaciones de escritores. No es desdén, y reconozco que en parte ha sido pereza, pero también otros asuntos han ocupado mi atención, y he optado por leer a los autores de mi generación para arriba”.

Sin embargo, Avilés Fabila no desconoce del todo qué están haciendo los jóvenes literatos. Ha sido miembro de jurados en concursos y ha dirigido talleres literarios. “En términos generales los veo bajo influencias que no me parecen en absoluto las adecuadas. Han tomado lo peor de la mal llamada literatura de la onda y lo peor de autores como Borges, García Márquez o Cortázar. Cierto que ahora hay mucha más gente interesada y con deseos de ser escritor, y esto me parece importante. En mi época éramos un puñado, siete u ocho, y la deserción era tremenda”.

Cuestiona la excesiva y pesada influencia de autores latinoamericanos, en por lo menos los actuales escritores mexicanos. “Y, bueno, no hay que exagerar”. Pide menos lecturas de ellos “y más de los clásicos, más Siglo de Oro español, por ejemplo”. Cuenta que en una ocasión él y Gerardo de la Torre le llevaron a Ermilo Abreu Gómez sus cuentos para que los leyera. Abreu Gómez les dijo que estaban bien, que no les veía problema alguno, pero que los interrogó acerca de Cervantes. “Este... bueno, sí, en la secundaria lo leímos, pero...” ¿Y Quevedo, Lope de Vega, Azorín, Machado? “Nos abrumó con lecturas que él suponía eran obligadas. Salimos Gerardo y yo avergonzados. Compramos esos autores y los empezamos a leer”.

* Entrevista de Enrique Montes García, en Parménides: rey criollo, rey de la onda. Universidad Autónoma Metropolita, unidad Xochimilco. México, DF, 2001