René Avilés Fabila  René Avilés Fabila

El acta de defunción de La izquierda mexicana*

Rafael Solana

Se presumen como fecha de nacimiento del izquierdismo mexicano los últimos años de la segunda década de este siglo (1918, aproximadamente), aunque ya antes de eso había estado Francisco J. Mújica en el Congreso Constituyente de 1916-17, al que aportó valientes ideas, y se tiene a los hermanos Flores Magón (Ricardo, francamente un anarquista) por precursores de la Revolución. Yo tenía tres años de edad cuando la Primera Guerra Mundial terminaba, y en los dos primeros lustros de mi vida (en el segundo, pues en el inicial no fui si no un bebé) la Revolución Mexicana era suficiente: nací prácticamente a la sombra de Carranza, y la de su estatua en Veracruz alcanza hoy la casa en que vi la luz primera, según se lee en una plaza que allí puso la Peña Taurina que lleva mi nombre. No fue sino al término de mi niñez y principio de mi adolescencia cuando vi la cara de un auténtico hombre de izquierda: se llama Juan o José Bosch, del nombre de pila no me acuerdo, y por algún quebranto de la disciplina fue expulsado de la escuela secundaria en que yo estudiaba: la Tres, que fue poco más tarde cuna de presidentes y era un plantel excelente. Creo que era amigo de Octavio Paz, aunque mayor que nosotros; nos escandalizábamos los más chicos al ver a Bosch pasear insolentemente frente a las rejas del edificio del que se le había proscrito, y se paseaba ¡fumando! Contemplábamos su audacia, nosotros desde dentro de los barrotes, mí compañero e inseparable amigo Maximiliano Revueltas y yo, que no nos dejábamos ni fuera de las horas de clases, pues él quería ser torero y de eso hablábamos mucho; dejamos de hacerlo cuando él se cambió de nombre, repudiando el de su acta de nacimiento, que cambió por uno menos comprometedor José (tal vez no se dio cuenta Pepe de que Francisco José se llamaba el emperador del bicápite imperio en el que su hermano había sido solamente archiduque).

Con Revueltas volví a encontrarme en la Preparatoria; ya no hablaba de torear, y todavía tampoco de escribir (para sus más íntimos amigos, los más antiguos, fue una sorpresa que se convirtiera en uno de los mejores escritores mexicanos del siglo). Hablaba sólo de hacer la revolución mundial. Nos le pegamos Efraín Huerta (que en realidad se llamaba Efrén) y muchos otros jóvenes inquietos (Pepe Alvarado, Enrique Ramírez y Ramírez, Raúl Villaseñor) que le acompañábamos a hacer mítines para soliviantar a los camioneros e inducirlos a huelgas, y a las dos de la mañana salíamos con botes de engrudo a pegar El machete por todo el barrio estudiantil, pero no más lejos.

¿Qué es lo que me hace, sesenta años después, acordarme de esta época, ya cancelada de mi memoria? Un libro de mi admirado amigo y maestro René Avilés Fabila, Memorias de un comunista, que acaba de llegar a mis manos, oloroso todavía a tinta. René, uno de los talentos literarios y periodísticos más asombrosos y más sólidos de nuestra época, parece haber vivido también paso por paso, todo aquello por lo que Revueltas, y Huerta, y yo, y muchísimos otros, pasamos cuarenta años antes que él; René ya no alcanzó El Machete mural, sino una revista elegantiosa. Él sí entró en las Juventudes Comunistas, y después en el Partido, lo que muchos de nosotros, aunque aspirábamos a hacerlo, no llegamos a conseguir; pero nos consolaba ver que habríamos sido expulsados inmediatamente, como Revueltas con todo su ardor, como Diego Rivera con todo su entusiasmo; era una especie de masonería muy difícil de penetrar, y más arduo todavía era permanecer en ella. Efraín y Revueltas, y muchos más, dieron el paso importante que a su tiempo dio Avi1és: ir a Rusia. Octavio, en su época izquierdosa (un adjetivo que René ha acuñado) a donde llegó fue a España, en compañía de Silvestre, el hermano de Pepe, y también con Siqueiros, Neruda, Pellicer, y otros simpatizantes que llevaron mensajes de aliento de la juventud hispanoamericana al pueblo español en lucha contra el fascismo.

¡Con qué estilo magistral y con qué gracia; que lo sitúan como uno de los mejores escritores de México, Avilés Fabila narra sus experiencias de rojillo, ahora que ya esa fiebre parece habérsele bajado! El libro no es solamente tan sabroso de leer, como las novelas y los cuentos de este prosista admirable, sino es la página de la historia de México escrita con mejor humor que haya llegado a mi conocimiento cuando nos habla por ejemplo, de ciertos puntos de la ciudad capital señalados en un mapa como los más propios para ser dinamitados (cuarteles, edificios gubernamentales, telégrafos, bancos) dice que se permitió agregar algunas grandes tiendas en las que su mamá debía dinero. Este buen humor no lo deja ni en los más graves y aun sangrientos momentos. Y ni de Moscú, ni de Leningrado, ni de La Habana, habla con enojo, ni siquiera con tristeza, sino nos comunica la viva emoción con que a ellos acudió, y el desencanto con que regresó de ellos (como ya había hecho André Gide, otro gran escritor al que también se le atragantó ese anzuelo).

El socialismo en México, calcula René, no duró ni cien años, puesto que hizo su aparición comenzado ya el siglo, y se le puede ya dar por extinto antes de que la centuria fenezca. El bravo, el ferviente, el perseguido e ilegal Partido Comunista se convirtió en el tolerado y tibio Partido Socialista Unificado Mexicano y el PSUM a su vez en el ya no clandestino, sino subvencionado Partido Mexicano Socialista; y el PMS, a su tiempo, en PRD. A Filomeno Mata y a Valentín Campa se les confinaba a sendas bartolinas; a Porfirio Muñoz Ledo lo recibe el señor Presidente en Los Pinos y conversa con él una hora, y tal vez manda que le sirvan una taza de té. No es necesario subrayar que hay alguna diferencia. El general Cárdenas ganaba la medalla Stalin; el ingeniero visita Washington y Nueva York y allá concede conferencias de prensa. Es muy evidente que son otros los tiempos.

Algunas ostentosas figuras del pasado siglo tuvieron su Homero (pero no el de La Iliada, sino el de “La batracomiomaquia”) en escritores de la gran talla de Rafael F. Muñoz, José Fuentes Mares y Jorge Ibargüengoitia, sabios historiadores y diestros manejadores de la ironía y el buen humor. El feneciente izquierdismo mexicano lo ha tenido en René Avilés Fabila, que narra con toda puntualidad aquella parte de la historia que le tocó no solamente presenciar, sino compartir, puesto que tomó su lugar en ella; hay un diluvio de nombres, muchos conocidos, otros tan poco escuchados o leídos que se asombra uno de su insignificancia. Hay hechos que fueron sonadísimos, y que el paso de los años ha ido difuminando, como se despinta hasta solamente azulear un paisaje del que nos vamos alejando. Como militante, como partidario, como “compañero de ruta”, habrá hecho René, en sus años mozos (convertidos hoy en una madurez floreciente) muchas cosas que a su tierno ardor parecieron importantes, y hoy se ve que no tuvieron ninguna resonancia permanente. En cambio el estilo de la obra literaria, en la que alcanza la más admirable maestría (también en este “maquinuscrito encontrado en un basurero de Perisur”, y no solamente en sus obras de pura creación, esos cuentos magníficos, esas bien logradas novelas), sí va a pasar Avilés Fabila (se ha instalado ya en ella) a la historia de las letras y del periodismo nacionales. Y se pregunta uno entonces quién valió más, quién hizo más por México y por el mundo, por la Humanidad pues si aquél que con Claudio Obregón y otros exaltados se iba a repartir volantes a las colonias proletarias, cuando tenían veinte años, o el que se encerró a estudiar en las bibliotecas de París y las de México, el que devoró libros de narrativa poesía, no nada más de política o de economía; sí el que nos produce el vivo deleite de una lectura de su obra de gran artista, y nos deja conocer los resortes del corazón y de la mente humana, en sus bien observados y mejor descritos personajes, o el tenedor de un carnet que seguramente ya tiró en el mismo basurero en que dice haber dejado su histórico manuscrito.

Pero saber nunca estorba, y es no la satisfacción de una curiosidad, sino el cumplimiento de una obligación, el conocer la historia del país en el que se vive, al que se pertenece y al que se ama; y no nada más las batallas de Acamapixtli, los discursos decimonónicos, los avatares de la lucha armada en 1910 y los de la vida cívica orientada por la Constitución de 1917, sino también estos episodios más recientes, los de los últimos treinta años, los que vienen desde el cacareado 68 (una fecha en la que ya Avilés es un partícipe, un militante) hasta estos días en que ante nuestros tal vez asombrados ojos la enorme burbuja que fueron en el mundo el socialismo, el marxismo, la revolución rusa, la cubana, la china, se revienta y desaparece en el aire, sin dejar huella, como una pompa de jabón.

Como todo lo que René Avilés Fabila hace o escribe, Memorias de un comunista también provocará comentarios, ácidos no pocos de ellos. Para mí, que de la política me alejé cuando me salió la primera cana (y hoy no me queda ningún cabello que no sea como la nieve) es una obra histórica y literaria del mayor mérito, digna de ser por todos leída y repensada.

* Aparecido en la Revista Siempre!