René Avilés Fabila  René Avilés Fabila

Entrevista - Los juegos de René*

Manuel Mejía Valera

Cuento entre los mayores privilegios y satisfacciones de los últimos años, haber leído los originales de la novela Los juegos de mi joven amigo René Avilés Fabila. No se trata por cierto —como podría insinuar algún crítico adicto a la actualidad efímera— del texto frívolo de un universitario de vacaciones que sin compromisos mayores analiza con implacable exactitud hábitos y vicios, personajes. Por el contrario, y a pesar de que el autor concede primacía a la alusión sobre la aseveración directa, en la novela hallamos honda ternura, revelación apasionada de los atributos que no por estar todavía en proceso son menos reales en la nueva generación mexicana.

El apego a los recursos inmediatos, el examen de los deslumbradores fantasmas y los pintorescos cortesanos de nuestro ambiente intelectual, la crítica acerba aunque sin acrimonia de una sociedad que René Avilés Fabila juzga apoltronada, utilitaria y de coloridos contrastes, el desolado escepticismo que se advierte a pesar del estilo burlón y coloquial, irónico y leve, tienen en este libro sus más amenas y amargas páginas.

René ¿cuáles son, las causas que te impulsaron a escribir Los juegos?

Mira, Manuel, me inicié en la literatura escribiendo cuentos, incluso obtuve algunos premios en concursos universitarios y la beca del Centro Mexicano de Escritores (al que le debo muchísima ayuda). Poco después de concluir mi periodo como becario conocí a Vicente Leñero, quien sugirió que me lanzara a la novela. Giménez Siles y Emmanuel Carballo también me estimularon. No pasemos por alto un hecho significativo: mientras que el campo o el mercado para el cuento ha estado restringiéndose, el de la novela, por el contrario, está en auge, gracias a jóvenes escritores como Fernando del Paso, José Agustín, García Ponce, Salvador Elizondo, Juan Tovar, Vicente Leñero Gustavo Sainz, Ricardo Garibay. Además, el cuento resultaba estrecho para expresarme como lo estaba necesitando. La última razón es que me dio la gana escribir una novela.

Es sabido que tus personajes buscaron editor infructuosamente ¿Por qué razones?

Desde un principio advertí que la novela sería una sátira a los medios seudointelectuales y políticos del país. Y yo imaginé que no habría ningún problema para que fuera editada; sin embargo, me topé con que el editor que no temblaba por la ridiculización de los políticos, se moría de miedo porque entre los personajes algunos podrían confundirse con los monstruos sagrados y las bestias peludas que dictan las modas culturales. Uno de ellos me decía que la novela era un punto de vista personal y que mis odios hacia ciertas formas de ser y de vivir además de evidentes eran gratuitos. En primer lugar, ¿qué novela no refleja el punto de vista de su autor es decir, su individualidad? En segundo, ¿tengo que guardar gracioso silencio ante las estupideces, las petulancias, el bluff, el snobismo sangrón, las actitudes retardatarias, los términos babosos (camp, trivia, out, in, que sirven para asustar a los adolescentes ingenuos y a las niñitas que desean ser vistas en El Tirol) y las canalladas de los hacedores de supuesta cultura y los fabricantes de política estupidizante? Claro que no. Como soy escritor no tengo otras armas que no sean las cuartillas y mi Smith. Corona 250, entre paréntesis, muy parecida a la Máquina de mi cuate José Agustín para sostener mis puntos de vista, mis opiniones y mi ideología. Concretando, puedo decir que los editores que visité (original bajó el brazo, lágrimas en los ojos, suelas destrozadas de tanto caminar, hijos muertos de hambre, madre en el hospital) demostraron ser leales amigos de sus amigos; me refiero a estos tipos que aseguran formar parte de un clan o de una mafia o de algo parecido. De ahí el rechazo. Quizá si mi libro fuera una andanada de elogios a esta gente y una serie de loas a la política nacional, otro hubiese sido el resultado. Lo que pasa es que soy enemigo de la pedantería, de las poses intelectualoides y de la mezquina y sucia politiquería y de alguna forma tengo que manifestarlo. En realidad, mucho se ha comentado sobre la no aceptación de mi novela, aunque la última palabra al respecto, para aventarme un lugarazo común, la tiene el querido y culto público, mi buen Manuel.

¿Que te impulsó a publicar Los juegos, pese a los rechazos?

Dos cosas: las opiniones de mis amigos, que son como los gansitos Marinela, amigos “de a deveras” y una lectura que hice de la novela en el teatro Milán. La lectura fue una experiencia interesante. Te diré: la sala estaba a reventar (parecía que iba a leer Octavio Paz). ¿Conformación del público? Un 20 por ciento mis amigos, el 30 por ciento lo integraban los clásicos acarreados (pues el acto lo patrocinaban los jóvenes cenopistas) y el 50 restante eran curiosos. Advierto que de mi familia sólo estaban Rosario y mi hermana Iris que lanzaban porras, y su novio que soportaba la vergüenza por los aullidos. Leí alrededor de hora y media, algo así como sesenta cuartillas. Y lo increíble sucedió: ninguno se salió del teatro, ninguno me insultó y como si fuera poco, aplaudieron bastante, en especial cuando leí las hazañas de unos periodistas mexicanos que elogian a la Revolución Mexicana en Cuba, el ligue que de fray Menso hace Rosicler y la muerte de un líder agrario. Qué padre impresión. Al final hubo interrogatorio, y quienes lo hicieron insistieron en la necesidad de publicar la novelita. Era lo que yo esperaba, a los tres días, en torno de una mesa de cantina, amigos y René Avilés, decidieron lanzar la publicación reuniendo oro por medio de una colecta. Augusto Ramírez diseñó la portada, que es sensacional y que concuerda con el carácter de sátira absoluta que posee la novela.

Háblame de cómo escribiste la novela, qué personajes tomaste de modelos reales, qué situaciones de nuestro medio intelectual y político utilizaste para conformarla.

Pues bien: llegaste a lo bueno. Como sabes, los principales personajes de la novela son Ruperto Berriozábal, Rex Cótex, Culeid, Boyd Ramírez, Rosicler, Riveroll, Cafarel, Magdalena, el general Aureliano Cótex, etc. Todos ellos —y los cuarenta de menor importancia— no están tomados de la vida real más que en la proporción necesaria para ridiculizar su inútil intelectualismo, no lo subrayes. Si bien es cierto que Culeid puede ser Cuevas, también es cierto que Cuevas puede ser Culeid. No hay ninguna diferencia. Salvo que a uno lo imaginé yo solito y al otro lo trajeron de París, ¿Me entiendes? No. Para mí es tan absurdo Cuevas como Culeid, tan frívolo Riverol como Monsiváis, tan abyecto y pedante Rosicler como... Todos pueden estar indistintamente en mis párrafos o en el club israelita haciéndose publicidad y sirviendo en forma inconsciente para fines reaccionarios. Por lo que atañe a los modelos políticos, puedo decirte que no son sino una mezcla de todos los burócratas que he visto desfilar por nuestra Patria, déjale la mayúscula. Las situaciones, en la mayor parte de la novela, son apócrifas, así que no tiene caso pensar en si esto fue en casa de zutano, aquello le sucedió a Perenganín. Tú sabes que estudié en Ciencias Políticas; esos estudios justamente me permitieron darle a la novela un profundo contenido político. Dígase lo que se diga, la novela es una obra de sátira política, social e intelectual; aunque supongan sus detractores o sostengan los ridiculizados, que se trata de una novela que se limita a inquietar nuestras glorias nacionales, sea en la literatura, sea en la política.

¿Para qué deseas ridiculizar al mundo intelectual y político, René, con qué objeto?

La intención de Los juegos es parodiar una realidad, la realidad nacional, que es terrible. No en balde, la única salida que tiene Ruperto Berriozábal, así como los dos jovencitos miembros del Partido Comunista, es irse de México; para mí no hay otra forma de desenajenación. Sí, la cobarde huida. No es posible tolerar a nuestra sociedad, y en ella incluyo a todos los estratos, absolutamente todos. Una vez escribí en un suplemento cultural que en México no hay ninguna clase social respetable, todas son abyectas o ignorantes, y torpes en todos los casos, y que sólo se salvaban individualidades, personas aisladas, que es muy distinto; ratifico aquellas declaraciones autobiográficas. Los Juegos, a pesar de su tono festivo, humorístico, es una novela que destila amargura. Es derrotista. Esto es claro en el diálogo que sostienen los jóvenes comunistas que están desesperados al no poder hacer nada por su país y por su ideología. Es evidente en la tercera persona, en el narrador, mejor dicho en los narradores. En mi novela nada es positivo. Otro editor me dijo (porque además todos juran que yo tengo talento y que les caigo muy bien): René, si ya se desahogó, escriba una nueva novela y ésa sí se la publico. Mira, Manuel, no se trata de desahogos momentáneos, insisto, se trata de un escritor (yo mero) con conciencia política, que no tiene ningún medio para transformar su sociedad, que sabe que esto va para largo, que la gente que lo rodea, me refiero la que tiene acceso a la cultura, es de una enorme superficialidad y, además, muestra un gran alejamiento y un profundo desconocimiento de los problemas que aquejan al país y al mundo. Esta actitud para mí es intolerable. Jamás podré entender que nuestros teóricos marxistas, por ejemplo, hagan la guerrilla desde sus caserones de San Ángel o desde la cátedra o sostengan el tránsito pacifico, generosamente concedido, por la burguesía, con la venia de los Estados Unidos de América. Y ya no hablemos, de nuestros escritores. Todos están, ya lo he dicho, comprometidos pero comprometidos con la burguesía babosa y tarada. Bueno, para qué me extiendo, la mejor explicación a mi postura política e intelectual está en Los juegos, cómprelo usted, se divertirá como enano tratando de descubrir quién es Cafarel. Pedro Guía, Rex Cótex o Nora. Estas líneas son un comercial que, aprovechando el momento dedico a los lectores.

¿Los juegos es tu primer libro, René?

No. Tengo uno pequeñito editado por la subsecretaria de Asuntos Culturales. Es una biografía, muy malita sin duda, de Albert Schweitzer. Pero en realidad no la incluyo entre mis cosillas literarias. Antes de escribir la novela, terminé un volumen de cuantos (Hacia el fin del mundo que aparecerá en Letras Mexicanas del Fondo de Cultura Económica, gracias a la gentileza del doctor Azuela. Los cuentos fueron escritos durante el año en que tuve la beca del Centro Mexicano de Escritores. Este libro es curioso. Me doy cuenta de sus orígenes, de sus raíces, sin embargo, coincido en algo que me dijo Roberto Páramo, son cuentos de clarísima intención satiricosocial, a pesar de su aparente inocencia. (Si estuviera en Bolivia, al aparecer el libro, iría a acompañar a Debray por subversivo). No obstante, Hacia el fin del mundo, tiene amplias intenciones estéticas. En él traté de hacer literatura muy seria dentro del género humorístico. Aunque son cuentos muy ubicables, pienso que poseen ciertas innovaciones, innovaciones emparentadas con las de Mrozek, Buzzati, Capek, autores para quienes la palabra tiene valor, sentido concreto, expresa algo, sirve para manifestar ideas o tesis.

* Publicado en el periódico Excélsior. Suplemento Diorama de la cultura. Domingo 3 de diciembre de 1967.