René Avilés Fabila  René Avilés Fabila

Los libros que salieron del fondo*

David Gutiérrez Fuentes

El Fondo de Cultura Económica acaba de reeditar en su colección Letras Mexicanas, un par de libros de antigua factura cuya paternidad -y maternidad- corresponden a René Avilés Fabila: Hacia el fin del mundo y Tantadel. Cuentos breves los primeros y novela corta la segunda.

Hacia el fin del mundo

Del primer libro, su autor ha dicho que los relatos le valieron su ingreso al Centro Mexicano de Escritores. Por los cuentos de Hacia el fin del mundo, René conoció a literatos de la talla de Borges, Carpentier y Haroldo Conti, entre otros. A pesar de tratarse de uno de sus libros más importantes, el FCE tenía congelada su reimpresión.

Cuando llegó González Pedrero al Fondo (y conste que no se trata del manido chiste de doble significado), ordenó sacar de la hielera a este excelente libro. Ojalá que el merecido premio Príncipe de Asturias, que el tabasqueño ganó para esta importante editorial, sirva de fondo para descongelar otros libros e impulsar la edición de nuevos textos.

Un dibujo de José Luis Cuevas, gran amigo de René y por lo que se ve ilustrador oficial, hace resaltar la portada del tomo 94 de la citada colección. Desde el punto de vista sintáctico los relatos de Hacia el fin del mundo, son breves. El libro se lee de una sentada. La puntuación es precisa. En consecuencia los párrafos no resultan farragosos ni telegráficos.

Pero la buena gramática, sin el consentimiento de esas changas caprichosas llamadas musas, no fructifica en arte. Tiene que haber algo más: la fantasía. Voy a decirlo de un modo que no debe entenderse como contradictorio al título del libro: el mérito ético de Hacia el fin del mundo, es la fantasía que recrea situaciones mundanas. Ignoro cuál fue la causa. Aventuro que pudieran ser los trágicos acontecimientos del 68. Pero en textos posteriores, René abandonaría temporalmente la línea de su primer libro. Verbigracia: Los juegos y El gran solitario de Palacio. Ambos libros reflejan el entorno urbano y las preocupaciones político-mafiosas, del entonces joven y comunista escritor.

La “pureza fantástica” de Hacia el fin del mundo, está combinada con un elemento al que René jamás le ha puesto los cuernos: el humor. A veces “finolis” (la palabreja la tomé prestada del léxico del propio escritor) y otras despiadado. Como el caso de las dos únicas fábulas del libro. El palmípedo doméstico y el odioso perico erudito, no debieron haber sentido mucha risa con el final artístico que su autor les tenía deparado. Su servidor, como es un ojeis, no pudo reprimir la carcajada.

Tantadel

Cuando un libro me entusiasma, cometo una tropelía que me prohibieron en la escuela: lo rayo, lo marco, le hago anotaciones en los márgenes o donde se pueda. Hace tres años leí Tantadel y recuerdo haberme sorprendido desde el primer momento. Resulta que la cita de La balada del café triste, con la que René inicia su novela, me sonó muy cercana. Cerré Tantadel por un momento y reabrí un viejo libro. Claro, la cita de René, ya la había subrayado yo en el libro original de McCullers.

Hace un trienio mi lectura estaba libre de obsesiones reseñistas. Quizá por eso vi con buenos ojos la cantidad de anotaciones que tiene mi libro de Tantadel. Es desde ahí; desde la óptima disposición que me permitía gozar de los libros sin juicios previos, que voy a tomarme la libertad de recomendar esta novela. La gocé. De verdad.

De todos los rayones, quiero transcribir un sólo párrafo, subrayado en el 86. Pero antes voy a teclear, sin faltas de ortografía, la imagen que me despertó dicho párrafo y que escribí al margen de la página 165: “Ojo/ extraer cita e incluirla en la carta para Adriana...” Adriana era una “Tantadelita”, demasiado terrenal para mi desgracia, que me traía por la calle de la amargura. Nunca le di la carta. Terminamos mentándonos, en igualdad de altisonancias edípicas, la madre. (Tantadel es una novela de amor). Pero he aquí las líneas que motivaron mi comparación:

“…era feliz o simplemente estúpido por no «abrir las puertas del paraíso» cuando se mostraban con toda su magnificencia de nubes azules, música celestial interpretada por miles de voces angelicales, rayos dorados de un sol ajeno y complicados arabescos en medio de una vegetación lujuriosa; lo que sucede, querida, es que uno recuerda en bloque los momentos más amables, más trascendentales, y olvida los monótonos, rutinarios, desagradables, que son la mayoría".

Al igual que Hacia el fin del mundo, la portada de Tantadel está ilustrada con otro dibujo de Cuevas. Pero la semejanza no va más allá. Esta novela es mucho más libre en su construcción gramatical. Los cambios de modo y tiempo, los párrafos pequeños dentro de los grandes y las referencias a lugares conocidos de la ciudad de México, nos van acostumbrando a Tantadel, esa voluble mujer que en una línea semeja un personaje de carne y hueso y en otra se vuelve un fantasma inasequible. Deseable, sin embargo, a lo largo de todo el texto.

Hay quienes opinan -entre ellos José Agustín- que ésta es la mejor novela de René Avilés, yo comparto ese criterio. Sin embargo, cuando una prosa es libre en sus formas expresivas, no faltan los críticos pedantes que establezcan una analogía inmediata entre la prosa en cuestión y Joyce. La cantaleta que anida en la lengua de toda esta gente, sale por el lápiz con una oración que generalmente empieza así: “Se trata de un texto experimental, con marcadas influencias joyceanas que bla, bla, bla...” No hay peor castigo para un escritor, que el de ser comparado con Joyce. Nadie se animará a leerlo con semejante antecedente comparativo. Tantadel es un juego literario bien pensado. No es un experimento. Los joyceanos habrán de perdonarme, pero Tantadel no provoca bostezos.

* Publicado en el periódico Excélsior. Sección cultural El Búho. Domingo 7 de mayo de 1989.