René Avilés Fabila  René Avilés Fabila

Palabra e imagen en la obra de René Avilés Fabila*

Sergio Nudelstejer

Lo esencial en la literatura es trasponer el umbral de lo manido, de lo tantas veces dicho por otros tantos autores. Se nos ocurre tal cosa, leyendo el conjunto de relatos de René Avilés Fabila; que bajo el titulo Cuentos y descuentos echara a circular recientemente la Universidad Veracruzana.

Pero: ¿en qué forma puede la literatura sobreponerse a lo viciado, más allá del elemento palabra propiamente dicho? Claro es que la prosa es una artesanía dilecta, pero es a la par, un desarrollo vital con movimiento propio, capaz de transportar no en el sentido maquinal, sino en su interna sugerencia; unamos esto a una preocupación formal que lleve el término “estilo” y tendremos un escritor completo. Los libros de Avilés, tienen precisamente esa virtud.

En una época como la nuestra en la que el campo literario es tan fecundo en imitaciones oficiosas, cuando la máxima aspiración de muchos escritores es acogerse a la peligrosa sombra formal y esencial de uno u otro maestro en el cuento o la novela, René Avilés sorprende, presentándonos algo diferente, auténtico, sincero y además (cosa curiosa) con la ventaja de tener, en cuanto a proyección y forma, una marcada tendencia liberadora de las influencias que devastan nuestra actual literatura.

Es necesario, desde luego puntualizar el porqué de nuestras apreciaciones. Ya en 1975 con su novela Tantadel, una historia de amor y desamor, y después con Los juegos (1967); Hacia el fin del mundo (1969); Alegorías (1969); La lluvia no mata las flores (1970); El gran solitario de Palacio (1972); Nueva Utopía (1975); La desaparición de Hollywood (1973); De secuestros y uno que otro sabotaje (1978); Fantasías en Carrusel (1978); Los oficios perdidos (1983); La canción de Odette (1985); Todo el amor (1986), Rene Avilés nos muestra cómo ha logrado crear con sus cuentos y relatos una verdadera situación de movimiento; no sólo por medio de la narración o el diálogo que conlleva, evitando actitudes discursivas, sino entrando en sus personajes y haciéndolos convulsionarse no en el aspecto formal externo, sino en su carácter íntimo: difícil tarea a realizar.

En La canción de Odette como en Todo el amor y Tantadel se encuentran el amor, la política, el humorismo, la fantasía, la sátira, la fábula, manejados mediante el lenguaje donde los personajes centrales y varios secundarios, por las condiciones de ambiente y personalidades disímiles están sujetos a una problemática más dispersa, pero en la que magistralmente se ven manejados por el autor.

Es en sus cuentos cortos donde la prosa (siempre dentro del mismo estilo directo, ajeno a la retórica enferiada), se hace, por así decirlo, más funcional, ya que se desenvuelve, bien a través de elucubraciones del personaje principal, o bien por intermedio de un relator impersonal que transporta al lector a lo vivido de cada arquetipo humano.

Un problema casi general es notable en algunos escritores que últimamente nos han entregado sus producciones: la uniformidad no sólo oral, sino intrínseca de los personajes, la parejura interna que los hace monótonos y los torna a veces insufribles. Avilés, por el contrario, se ha cuidado en cada una de sus narraciones y de sus cuentos, de la autenticidad de sus creaciones y de sus personajes. Cada uno de ellos tiene una personalidad, con definiciones particulares: piensan, hablan y actúan por cuenta propia, independientes en cierto modo (y sólo guardando la natural relación concerniente a la trama) de los que lo rodean. Allí radica el potencial creativo de los escritores verdaderos: no sólo en propiciar situaciones para sus personajes, sino darles a estos, por separado, una fisonomía propia, un perfil que los diferencia del resto para establecer el movimiento y evitar la repetición fastidiosa; es, en suma, la labor de hacerle a cada cual un mundo propio que se traduzca y se entregue al lector a través de la narración y el diálogo, o como acontece en Hacia el fin del mundo, más por elucubraciones independientes que por medio del recurso oral.

En la serie de relatos que integran De secuestros y uno que otro sabotaje, René Avilés Fabila nos muestra su incisivo sentido del humor y su particular manera de ver y describir la sociedad y la problemática política de México, invitándonos a la risa, a la reflexión y a la crítica. Hay en este libro conflicto, conflictos por los problemas planteados, las situaciones tanto externas e internas expresadas con palabras, complemento difícil de lograr, que al mismo tiempo les da mayor movimiento, les concede una textura más atractiva, como resulta sobre todo, en El gran solitario de Palacio.

El propio autor, en su prólogo al libro Fantasías en carrusel, ha señalado: “He ido por el mundo comprando cuentos, más propiamente temas para mis cuentos. Camino por las ciudades -grandes y pequeñas- en afanosa búsqueda. A veces los he encontrado fácilmente en una callecita perdida de París, en un trayecto de La Habana a Varadero o en una noche de insomnio en Moscú. Otras veces tengo que gritar por ellos, adentrarme en los libros, hurgar en una sinfonía, recorrer la historia y compartir el enmarcado mundo de una pintura. Hablo con el vendedor y analizo la calidad de la mercancía y pago. Así he comprado tramas para los cuentos de mis libros.”

Avilés es un viajero, un navegante a su manera. Su historia es un largo y doble viaje: viaje ideal del realizador de ficciones y viaje exterior en su lucha diaria como autor. Da la impresión de que sólo se atraviesa a tomar los elementos de la realidad circundante con pinzas de reconocido prestigio. Así como hay escritores y narradores parientes de la sociología, de la psicología, de la política, Avilés linda a veces con el poeta y siempre con el pensador, el crítico y el político. Por eso su prosa es poética en las imágenes o asombrosamente abstracta. Entre su voz y las cosas suelen interponerse las cualidades de las cosas o ciertas entidades abstractas personificadas. No se dirige a la existencia de los objetos sino a lo que son. Ello ha dado pie para que se viera en él la primacía del hilador de narraciones, de cuentos, sobre el novelista, pero siempre con un lenguaje de esencias. Tan evidente me parece esto último que calificaría a la literatura de Avilés como la de un narrador con un lenguaje de esencias. Ya Díaz Plaja afirmaba: “Casi nunca los personajes dialogan con su propia voz”, en efecto es el autor precisamente el que inventa su lenguaje.

Los muchos rasgos compartidos por las narraciones galantes autorizan un comentario común. Hay en todas ellas un narrador que utiliza la primera persona y ofrece al lector amplias oportunidades de identificación. Tanto en La canción de Odette como en Todo el amor, se encuentra un individuo sensible a los placeres de la vida y a la belleza de las mujeres; incurablemente ingenuo, también, pues pretende razonar la conducta femenina y creo que su deducción corresponde a la realidad; que termina, indefectiblemente, escuchando de los objetos más o menos tácitos de su amor la confidencia de absurdas aventuras amorosas vividas por sus protagonistas femeninas con diversos hombres.

Los cuentos que componen ambas obras participan al mismo tiempo de la elegancia y la superficialidad, el ingenio, el humor y la melancolía; su equilibrio es tenue pero firme, como su encanto, y refleja la personalidad de un autor “atento a los escondidos placeres y a las continuas bellezas de la vida”.

Decir que un texto breve, un cuento, una narración o una novela tiene mundo propio tal vez parezca una frase vaga. No habría, sin embargo, otro modo de expresar de una manera más concreta, a la vez que alusiva al misterio de la creación artística, la magia de un relato que desde su primera línea se apodera del lector y sigue luego viviendo en su espíritu una vez concluida la lectura. Podría observarse que toda narración artística o literariamente lograda es un mundo. No deja ello de ser cierto. Pero también es cierto que no todos los autores lo consiguen.

El mundo de la narrativa de René Avilés no ha de inscribirse entre los que carecen de consistencia porque la vida humana se encuentra recreada en ella con toda su hondura. En sus cuentos y novelas, sus personajes hombres y mujeres que los habitan, son entidades consistentes y vivientes que continúan existiendo en el ánimo del lector. Continúan existiendo en forma de pensamiento y emoción creadores cuando el lector se da a imaginar, variantes del desenlace o continuación de la acción o siente resonar dentro de sí palabras, reflexiones y sentimientos de los personajes y los atrae a vivir sus propias situaciones y problemas; con ello se cumple la misión del narrador, del autor, que conmueve y penetra en el interés y la emoción del lector.

En su último libro Cuentos y descuentos, la sátira, la imaginación y una gran economía del lenguaje hacen comprensiva e hiriente -a veces- cada una de sus narraciones. Para ello se requiere profesionalismo, dominio del lenguaje, una mentalidad de síntesis, en la que se encuentra lo explosivo, lo inesperado, también lo humorístico. Bastan sólo algunas frases, un párrafo, varias líneas para expresar un pensamiento profundo, donde cada palabra tiene su propio valor, su propio brillo. Es el conocimiento del idioma, con el que juega el autor en “una constante recreación del arte y la literatura”, como lo han señalado acertadamente los editores de esta obra.

La prosa de René Avilés Fabila, tan personal en la sintaxis como en la certeza con que organiza sus matices, es aun más notable como instrumento narrativo. Pocos escritores relatan en español con tanto gusto evidente por el mero hecho de narrar; casi ninguno transmite sin desmayo ese interés al lector. Su estilo también sabe captar con admirable frescura la entonación propia del relato oral. A esta propiedad deben su alusiva gracia esbozos de ficción como Cuentos y descuentos y Los oficios perdidos. Esto me hace recordar palabras de Julio Cortázar referidas al lenguaje de Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal: este libro -escribió Cortázar- demuestra que “estamos haciendo un idioma” se trata de “un idioma turbio y caliente, torpe y sutil, pero de creciente propiedad para nuestra expresión necesaria”. Sus cuentos y narraciones respiran con naturalidad sus conflictos, gracias al idioma que usa con pericia, con seguridad.

En resumen, la obra de Avilés no naufraga. Llega, presenta lo suyo, demuestra la autenticidad de su manufactura y en medio de la barahúnda de los “genios” del artificio deja su palabra, su golpe seco y a veces descarnado, pero honrado y promisor.

Debo declarar que conocí parte de la obra de René Avilés como escritor, antes de que las circunstancias me ofrecieran la suerte de tratarlo personalmente. Cuando conocí a Avilés lo encontré como persona igual a como es como escritor, o sea fundamentalmente comunicativo y cordial, exento de vanidades, colocado a la altura de los demás, en una misma actitud humana y literaria.

Me es muy grato, pues, expresar estas mis opiniones sobre René Avilés escritor, en razón precisamente de que aprecio por igual al Avilés persona y al Avilés escritor, coincidencia no muy frecuente en los ambientes literarios.

* Publicado en el periódico Excélsior. Sección cultural El búho. Domingo 24 de mayo de 1987.