René Avilés Fabila  René Avilés Fabila

Once miradas sobre la obra de René Avilés Fabila

RENÉ AVILÉS FABILA: ESENCIA DE UN HUMANISMO INMORTAL

Betty Luisa Zanolli Fabila

Es para mí un honor, un grandísimo honor, participar en un evento académico de esta relevancia, en el que la Universidad Autónoma Metropolitana rinde homenaje a uno de sus más distinguidos miembros del claustro académico: un hombre que ha sido voz y ejemplo, no sólo en el aula. Un hombre que ha hecho cátedra viva a través de su infatigable lucha en favor de la libertad y de la democracia. Un hombre que ha sido parteaguas en el cambio y transformación críticos de la sociedad mexicana de las últimas décadas. Un hombre que ha cimbrado las conciencias, pero que además ha estremecido los corazones a través de la humanidad que subyace palpitante en cada uno de sus textos políticos y en cada una de sus obras literarias. Un hombre, un artista, el escritor René Avilés Fabila, literato que ocupa ya un sitial preeminente en el mundo de las letras iberoamericanas.

Siempre he creído que, más allá del propio filósofo, es el artista el ser dotado con mayor sensibilidad para poder percibir y anticipar los cambios que están por venir para una sociedad. Esta facultad, este don, en la obra de Avilés Fabila se plasma de manera espectacular. Por un lado puede ser su origen, justamente, el profundo conocimiento que del alma humana posee nuestro artista, pero también lo es esa innata cualidad de percibir lo no dicho, lo no expresado, lo que tal vez nunca ha sido pero que no tarda en ser, o bien tal vez nunca llegue a serlo porque algo de pronto pueda modificar las circunstancias, pero sea que ocurra una u otra cosa, nuestro artista lo habrá ya captado de la atmósfera, haciéndolo suyo, dándole corporeidad y presentando ese futuro en el propio presente. ¿Está conciente de ello Avilés Fabila? Me atrevo a afirmar que no del todo, ya que esta cualidad en él surge espontánea y decidida, aflorando en cada página, en cada texto, en cada personaje, en cada situación que aborda su estro creador.

He allí pues a un artista auténtico, fiel a su verdad, que crea y recrea a partir de la realidad misma hasta llegar a la esencia propia de ésta, a la que remonta en pos de nuevas realidades. ¿Es Avilés Fabila un visionario, un demiurgo o, en términos más concretos, un profundo crítico y analista del hombre y de su tiempo? Avilés Fabila lo es todo y mucho más. Creo en ello porque en él se conjugan factores que, de modo trascendental, otorgan a su obra valores propios, únicos, dentro del contexto general y específico.

Los hay artistas que, en pos de una determinada idea, realizan su obra al margen de la vida misma. Se fugan de ella en aras de encontrar lo no dicho, lo original, lo novedoso, aún a costa de enfrentar su realidad al grado de pretender imponer su propia visión y proyecto artísticos, aún si estos derivan de una antirealidad. Más aún, hoy en día gran parte de los artistas, no importa a qué disciplina pertenezcan, creen en ello. ¿Tienen razón? Tal vez así sea, pero no olvidemos que la historia misma nos ha demostrado que en todo lo hecho por el propio hombre existe el germen de lo dado, su sello está ahí, indubitable, perenne, a pesar de los años, eterno y contundente. Es esa humanidad que impregna todos nuestros actos, y que más allá de nosotros mismos como entidades individuales, nos trasciende y se impone, aflorando en todos y cada uno de nuestros actos, exitosos o fallidos, advirtiéndonos que todos somos uno, y cada uno, lo es de modo único, personal.

Me permito referir estas ideas, porque si bien pretender expresar y concretar algo en el arte que sea novedoso es más que una aspiración legítima, también lo es, como dijera mi padre, Uberto Zanolli, en el ámbito de la música en particular, que “mucho aún nos falta qué decir sobre del acorde de tríada, acorde fundamental de la música occidental, lo que nos falta es el genio…”. Prueba de ello es, en el mundo de la creación literaria, la obra de René Avilés Fabila, un escritor del que conmemoramos hoy el cuarenta aniversario de la aparición de su primera novela: Los juegos. Un escritor en cuya obra podemos advertir cómo puede abordarse lo sabido desde una nueva perspectiva, a partir de su genio creador, con un enfoque distinto, desde una visión única, sui géneris, nueva, profundamente crítica, dramáticamente humana.

¿Puede prescindirse en la obra artística de lo real? ¿Es factible que un artista se fugue totalmente de su contexto en pos de una nueva realidad? Difícilmente, porque de alguna forma, todos estamos insertos en un marco determinado, pero además, en todos y cada uno de nosotros palpita de modo conciente o no un determinado espíritu que nos vincula, insisto, tanto en lo positivo como en lo negativo. Es allí cuando podemos afirmar que la naturaleza humana es, ha sido y será siempre la misma, en tanto el hombre sea el mismo y su humanidad exista. Avilés Fabila así lo ha advertido, pero pocos, muy pocos como él, lo han podido expresar de modo tan magistral en sus obras.

¿Por qué ha sido ello? Porque en Avilés Fabila se reúne una pléyade de atributos que difícilmente encontramos congregados en otro autor.

Avilés Fabila es un verdadero y pleno artista. En esa medida, en su obra se reflejan no sólo la profunda sensibilidad y conocimiento de las pasiones humanas que posee. Se plasma en ella también, de modo incomparable, su poderosa palabra para decir, con enorme fuerza, lo que nadie se atreve o lo que nadie ha advertido, así como su gran capacidad de análisis de los procesos materiales que tienen, han tenido y tendrán lugar.

Valiente, agudo, crítico, lapidario, demoledor, así es nuestro escritor, ante el poder y todo lo que él represente. Pero lo es también evocador, delicado, evanescente, suave, patético, emotivo, cuando nos habla del amor.

Hace cuarenta años de su primera novela y cerca de cincuenta de su primer cuento. Casi medio siglo de entrega puntual, infatigable, férrea, diaria, comprometida, de un escritor, nuestro escritor, al arte más sublime de las artes humanas: la literatura.

Y no podía ser de otra forma, el credo de Avilés Fabila es justamente su pasión infinita y vocación fervorosa por la literatura.

El respeto y la devoción que por ella guarda, lo han llevado a escribir con toda pulcritud y entrega cada uno de sus textos. Lo mismo amorosos que políticos, reales que fantásticos, míticos que bíblicos. No podía ser de otra forma. Con verdadera pasión se ha avocado a descubrir el alma humana, de allí que lo mismo surjan en sus páginas seres esplendorosos que obscuros, realizando por igual actos ejemplares que profundamente siniestros. Porque es así, como lo ha reconocido y expresado Avilés Fabila, porque es así el alma humana: llena de luces y de sombras, que igual subliman el actuar puro del hombre, que lo hunden en las más profundas tinieblas hasta sumirlo en la más honda soledad.

Es por ello, entre muchos otros motivos, que nuestro escritor se destaca entre todos por ser la voz que con mayor valentía así desnuda al alma humana, haciendo aflorar su verdadera personalidad, descarnándola, desenmascarándola. ¿Y qué es una mascarada?, ¿no es también un juego? Un juego que puede ser efímero, o que podemos hacer eterno, en la medida que cubramos nuestro verdadero ser y nuestras verdaderas inclinaciones tras una máscara. Aquélla que mejor prefiramos o que en un momento dado mejor nos convenga. Pero pocos, muy pocos hay que puedan advertir cuál es el verdadero trasfondo de nuestro ser. De ello el hombre se encarga, ocultándose del otro, para poder ser y sobrevivir.

Sin embargo, no me cabe la menor duda que ni la mejor de las máscaras puede ocultar ante los ojos de Avilés Fabila esa verdad que se oculta en todos y cada uno de los hombres. De ahí que su obra, insisto, se encuentre dotada de tal humanidad. Humanidad contrastante, candente, desgarradora. Humanidad que sublima, humanidad que socava. Y es por ello también que no sólo nuestro escritor habla de amor y pasión, sino también de odio, desamor e indiferencia… de héroes y de villanos, de hadas y de monstruos.

Así, a través de sus páginas, cada personaje, aún ficticio, está impregnado del claroscuro actuar humano. Sus bestiarios, sus historias, sus reelaboraciones literarias, nos ofrecen su verdad. Verdad que aunque es propia, se convierte en verdad colectiva, cuando en ella ratificamos y comprendemos mejor al actuar humano. Sea a partir de la sátira y la ironía, de la crítica o de la exaltación: de golpe nos encontramos cara a cara con cada uno de los personajes, y al hacerlo, de pronto caemos en la cuenta de que en ellos estamos plasmados. Penetrar en las obras de Avilés Fabila es incursionar en nosotros mismos, en nuestro actuar, porque gracias a él se nos devela la razón misma de nuestro ser.

¿No es esto algo genial? Lo es, no me cabe duda de que así es.

Pero además, lo es porque, como pudiera ocurrir con el vidente, Avilés Fabila escribe y lo hace de modo espontáneo, irrefrenable, como un torrente cuyo efluvio no podemos detener, porque ni él mismo lo puede hacer. “Tocado” por un tema, nuestro artista crea y recrea. Inspirado en un personaje o en una situación determinados, no puede sino volcarse en la obra que le permitirá, por un lado, sacar de sí todo lo que en su interior guardaba, pero además, nos concederá compartir con él el impacto que la realidad y la fantasía obran en sí.

Los juegos pues, son parte de este proceso, son ejemplo palpable de la visión avilesfabiliana del mundo. Un mundo cultural al que se asomaba un novel escritor pleno de sueños y de aspiraciones. Un universo caleidoscópico al que se enfrentó y del que difícilmente se podría esperar pudiera mutar. Al grado tal que hoy, cuatro décadas después, ese mundo es el que era, porque los personajes, aún cuando algunos hayan desaparecido, siguen siendo los mismos. Con otros nombres, con otros cargos, pero con las mismas máscaras, las caretas que portan y transmiten esos personajes de unos a otros, continúan con el relevo de los participantes en los juegos, siendo el más relevante de ellos, por participar todos de y en él, el juego mismo de la propia vida.

Cuánto se podría y cuánto se habrá de escribir sobre la obra de Avilés Fabila. Aunque se ha escrito mucho, apenas estamos penetrando en ella. Creemos que lo conocemos ya, pero apenas lo estamos descubriendo. El autor continúa develando sus riquezas y sus nuevos secretos.

Es su obra un compendio de humanidad, lo he dicho y lo reitero una vez más, porque en ello creo y porque el humanismo está hoy en día cada vez más ausente de nuestra realidad pero también lo es, porque además de todo en su literatura confluye el arte y la política. E independientemente de que creamos o no en la máxima aristotélica, es verdad que en la obra avilesfabiliana el sentido político late con fuerza, vibrante. No sólo porque haya sido o no militante del partido comunista. Lo hace porque en el autor existen poderosas convicciones y profundos principios que trascienden las ideologías partidistas, por elaboradas que éstas sean, desde el mismo momento en que ellos son universales y eternos.

El valor de Avilés Fabila es sello característico de su obra, como lo son su crítica al poder y a las instituciones. Cuanto más a los sujetos que efímeramente los detentan. No importa el partido, menos su ideología. Finalmente el hombre es el mismo, y así cambie de color y de membrete, continúa obrando con sus mismos vicios. Así lo plasma y evidencia el autor, quien nunca tuvo, ni ha tenido, ni tendrá miedo alguno de enfrentarse él sólo al poder, a las instituciones, a los hombres, en aras de exhibir sus errores y abusos. Y así como exalta las grandes hazañas y sublima los más puros sentimientos, siendo de todos el más trascendente el amor, así también denigra el mal actuar humano: sus pasiones y ambiciones, su egoísmo y su avaricia.

De ahí que la controvertida novela de Los juegos no hubiera podido ser reconocida en su plenitud cuando fue escrita, mucho menos por los integrantes de la mafia. Antes hubieran tenido los hombres y las instituciones de su momento que ser humildes, autocríticos, concientes, en suma, morales. Pero no lo eran, como tampoco hoy en día muchos hombres e instituciones tampoco lo logran o intentan ser.

La “mafia” que desnuca y desenmascara René Avilés Fabila en su genial novela, no sólo es la “mafia” de aquel entonces. Es la misma que hoy existe, y que existirá en tanto los principios y valores que guían, concretamente a la sociedad mexicana, sigan siendo los mismos. Al grado de creer que es ley de vida que esto sea y siga siendo como es.

Las prebendas, las canonjías, los usos y costumbres propios de los intelectuales que se empotran en el sistema y que se allegan del poder, por mísero que éste sea, trastocan toda ilusión y hacen abortar cualquier esperanza de que esta situación cambie.

Párrafo a párrafo, el autor va describiendo en Los juegos ese cenáculo fantástico de la cultura institucional mexicana al que se enfrentó. Es, además, la narración dramática de un mundo contrastante, un mundo que dejó atrás su lucha en pos de ideales. Un mundo en decadencia, falso y artificioso, de auténticos mercenarios del arte y de la cultura, que de la política hacen escarnio.

Pero Los juegos son también otro ejemplo de los grandes valores que encarna nuestro personaje. Carente de editor, marginado de todo apoyo oficial, Avilés Fabila refrendó su posición política y convicción en su obra: hasta haber conseguido la publicación de ésta apenas la terminó.

Hoy, nuestro mundo, a pesar de todo ha cambiado. Por duras que sean las condiciones y poderosas que sean las nuevas mafias, los noveles escritores tienen mayores espacios y opciones para el desarrollo de su arte. A ello ha contribuido la lucha de intelectuales como René Avilés Fabila, que nunca se ha arredrado ante el poder, lo detente quien lo detente. Las conquistas democráticas de las que hoy somos testigos y de las que puede disponer nuestra sociedad, a pesar de sus limitantes, son grandes, enormes, y las debemos a esos hombres valerosos que han llegado a exponer su propia integridad en la gesta por la conquista de una plena libertad, inspirados por el más puro anhelo de conocer una sociedad más justa y más digna.

Los juegos amerita ser leído con todo cuidado. En cada hecho, en cada descripción, se encierran profundas reflexiones del autor. Emanadas no sólo de su gran cultura, sino producto también de esa poderosa percepción humana, social, política, de que está dotado. Su vívida y detallada narración nos permite recrear paso a paso, en cada una de sus páginas, los multifacéticos y caleidoscópicos sucesos que se dan cita en la novela. Su autor nos permite hacernos sentir que somos parte de ellos. Al mismo tiempo, nos permite evocar a los grandes exponentes de la literatura universal, ubicándonos en ese mundo patético que gobierna la mafia. Mundo de encuentros y desencuentros, en el que confluyen por igual quienes luchan por el arte cosmopolita e internacional que los defensores del arte indígena; en el que participan por igual existencialistas, voyeuristas, que románticos y conservadores; en el que se dan cita diversas generaciones; en el que aparece un México que ya no es más, aunque sus personajes, redivivos hasta hoy, continúen reproduciendo los mismos patrones y esquemas de conducta; un mundo en el que se agitan las pasiones propias que anticiparán los estertores de la guerra fría; en el que la lucha de imperialistas y comunistas es eje rector del actuar de los hombres de aquellos momentos; en el que los hombres pueden aspirar a satisfacer al máximo sus placeres, libres de antiguas ataduras y dotados de una presunta nueva libertad.

Mundo que podría parecer vano de no profundizar en él, pero que a través de la obra avilesfabiliana, encontramos y descubrimos patético, circense, dramático, al grado de descubrir que es un mundo loco, pero que de tan loco, es terriblemente cuerdo, porque así lo ha sido y lo sigue siendo.

Los juegos es una obra única, como único y original es su estilo. Una obra que sólo un autor de la talla, de la cultura y del dominio de la pluma de Avilés Fabila podría haber hecho posible.

Los juegos no son tales. Los juegos no son una obra lúdica. Es una obra desgarradora en la que se enfrentan tradiciones, ideas, principios y valores. Una época que se pierde ante otra que nace, pero a la vez, un tiempo sin rumbo, a pesar de tener paradójicamente muchos rumbos a su disposición.

No hay reposo, no hay instante en que la obra deje de atraparnos. En cada escena surgen nuevos elementos, nuevas luchas, nuevas reflexiones. Los juegos es una novela que debemos de leer y de releer, porque una lectura no basta. No es un juego, es una dramática realidad vital. Metafórica sí, pero poderosamente real.

Escrita con ese desenfado propio del nuevo mundo que estaba naciendo, sólo podría ofrecernos ese panorama con tales pinceladas un autor de la ductilidad, versatilidad y dominio literarios de Avilés Fabila.

Obra que no tiene fin, obra que seguirá, porque así como la función debe proseguir, así la vida sigue, y esperemos que siga adelante, porque mientras René Avilés Fabila siga escribiendo, como lo ha hecho diariamente desde que tomó papel y pluma, luego la máquina de escribir que le regaló su madre Clemencia, y hoy en día la computadora, estoy segura que la literatura continuará y nosotros con ella, encontrándonos, redescubriéndonos, como sólo Avilés Fabila nos permite hacerlo.

Mientras el mundo exista, mientras el hombre sea, Los juegos seguirán siendo, no concluirán, porque su propio autor así lo ha previsto… continuarán por siempre perviviendo, en nuestra memoria y, sobre todo, en nuestro propio ser, porque somos parte de ellos, como ellos son parte de nosotros. Tal y como lo ha demostrado su propio y genial autor: René Avilés Fabila.