María Eugenia Ruiz Velasco*
En el año 2007 se cumplieron cuarenta años de la publicación de la primera novela de René Avilés Fabila: Los juegos. La historia de este libro es azarosa y está narrada en diversas publicaciones. Jorge Volpi, por ejemplo, en La imaginación y el poder, hizo una breve crónica de la polémica suscitada por la publicación de esta obra. Los juegos (una feroz y divertida crítica a los intelectuales y al poder) le fue solicitada a RAF a fines de 1966 por los editores Rafael Giménez Siles y Emmanuel Carballo, quienes al verla concluida se preocuparon por el contenido crítico y el tono contracultural; así que la rechazaron. A su vez, la editorial Joaquín Mortiz le recomendó que la destruyera. Finalmente, pese a la oposición de las editoriales más importantes de aquella época, la novela apareció como edición de autor, financiada por sus amigos, como ha señalado Humberto Musacchio. Una vez publicada, fue objeto de ácidas críticas de Emmanuel Carballo, las cuales, de inmediato, encontraron respuesta de otros críticos y hasta de algunos lectores. Todo ello apareció en la revista Siempre! Los tres mil ejemplares se agotaron en poco tiempo. Con lo recaudado se financió una nueva edición.
Esta vez las solapas recogieron una aceptable cantidad de opiniones sobre la obra. La escritora María Elvira Bermúdez señaló sus aciertos, pero dijo que la novela no debía ser objeto de crítica literaria sino de juicio penal. Vale la pena mencionar que, más adelante, la escritora destacó algunos de los cuentos fantásticos de Avilés Fabila como de los mejores escritos en México. La Universidad de Sinaloa publicó la tercera edición y, por último, la editorial Nueva Imagen la incluyó dentro de las Obras completas de Avilés Fabila. Es curioso notar que en todo este tiempo apenas han cambiado los nombres de los famosos que fueron objeto de la crítica literaria de RAF. Cabe añadir que esta edición lleva la cuarta de forros que originalmente escribió José Agustín, y un prólogo en el que se narra la controvertida historia de la novela, sus muchas vicisitudes y en el cual RAF concluye: “Fue un mal paso que me costó odios, aversiones y rechazos, pero que volvería a repetir muy gozoso, pues me divertí mucho escribiéndola”. En efecto, Jorge Volpi apenas narra la enorme polémica que se desató al publicarse la primera novela de René Avilés Fabila. Algunos de los participantes del homenaje que el día 3 de septiembre de 2007 se llevó a cabo en la Rectoría General de la UAM, entre ellos Carlos Bracho y el poeta Dionicio Morales, señalaron el tono a veces violento de la discusión y de los resultados que le trajo a su autor. Me gustaría reproducir aquí algunos más. Por ejemplo, la afamada periodista y novelita Magdalena Mondragón hoy injustamente olvidada, escribió en el diario La Prensa:
Ante mis ojos pasaron con rapidez las páginas de uno de los libros más originales de los últimos tiempos: Los juegos, del que es autor el joven valor literario René Avilés Fabila. Es su primera obra, pero parece de un autor maduro, original. Aunque llena de amargo humor, es apasionante. Su palabra precisa es un escalpelo que pone al descubierto lo negativo de nuestra época. El libro se burla de la mafia, que no sólo existe en México, sino que se forma en casi todas las grandes capitales del mundo para crear falsos valores y sociedades de elogios mutuos. Con su libro Los juegos, René se coloca en primera línea.
José Agustín amigo cercano de Avilés Fabila, tomó partido y escribió para la cuarta de forros de la segunda edición: “Importante y profundo, Los juegos despliega por primera vez la conciencia y la responsabilidad aunadas al talento y al oficio literario”. En tanto, el crítico literario y periodista Manuel Lerín hizo un extenso artículo sobre la novela en El Nacional, del cual extraigo algunas líneas significativas, pues le pertenecieron a un hombre sensato y poco afecto a las polémicas: “Avilés demuestra que la ironía puede ser utilizada para ahondar nuestra realidad: que el valor literario de su libro está en el estilo y en la protesta: que sabe despertar interés con su agilidad, humor y repudio de lo falso”.
Manuel Mejía Valera, peruano, fue un cuentista afortunado, de prosa ceñida y aguda, que dejó poemas y prosas de alta calidad. Egresado de El Colegio de México, fue funcionario de la OEA, junto con Jorge López Páez -otro escritor cercano a Avilés Fabila durante esos años-. En las páginas del diario Excélsior escribió:
Cuento entre los mayores privilegios y satisfacciones de los últimos años, haber leído los originales de la novela Los juegos, de mi joven amigo René Avilés Fabila. No se trata por cierto -como podría insinuar algún crítico adicto a la actualidad efímera- del texto frívolo de un universitario de vacaciones que sin compromisos mayores analiza con implacable exactitud hábitos y vicios, personajes. Por el contrario, y a pesar de que el autor concede primacía a la alusión sobre la aseveración directa, en la novela hallamos honda ternura, revelación apasionada de los atributos que no por estar todavía en proceso son menos reales en la nueva generación mexicana.
El apego a los recursos inmediatos, el examen de los deslumbradores fantasmas y los pintorescos cortesanos de nuestro ambiente intelectual, la crítica acerba aunque sin acrimonia de una sociedad que René Avilés Fabila juzga apoltronada y de coloridos contra el desolado escepticismo que se advierte a pesar del estilo burlón y coloquial, irónico y leve, tienen en este libro sus más amenas y amargas páginas.
Sin embargo, la novela de René Avilés Fabila no sólo produjo comentarios dentro de México. En Estados Unidos, el crítico John S. Brushwood, experto en letras latinoamericanas, profesor de la Universidad de Kansas, analizó su trabajo en el libro crítico La novela mexicana (196 7-1982):
El sentido del humor es la característica que se evidencia de inmediato en la obra de Avilés Fabila. Si el lector cultiva un mínimo de interés bibliográfico, podrá darse cuenta de que la primera edición de Los juegos (1967) es una edición de autor y de que su segunda novela, El gran solitario de Palacio (1971), fue publicada en Buenos Aires. La asociación de estos fenómenos no es accidental puesto que el humorismo de Avilés Fabila es mordaz y lo sabe emplear para satirizar la vida cultural y política de su país.
Las metaficciones publicadas en 1967 fueron respaldadas, de una manera interesante, por dos novelas satíricas del mismo año que se refieren a la vida literaria en México: Los juegos, de René Avilés Fabila y La mafia, de Luis Guillermo Piazza. Conviene aclarar que estas novelas no son metaficciones por tanto, no se refieren a su propia creación. Tampoco se refieren a la novela como género literario ni a la literatura como arte. Revelan y satirizan los hábitos y actitudes del mundo literario de esos años; un mundo dominado por un círculo relativamente pequeño de escritores que imponían sus esquemas de gusto a la literatura mexicana —todo esto según el testimonio de las dos novelas citadas y confirmado posteriormente por las afirmaciones de varios escritores.
En su turno, el escritor venezolano Juan Liscano dio sus puntos de vista sobre Los juegos de la siguiente forma, en la legendaria revista Zona Franca:
Esta novela, o antinovela, compuesta a manera de collage como se dice ahora, expone Los juegos: es decir la actuación de una élite mexicana que reclama para sí la conducción política o cultural de su país, y a fin de mantener sus privilegios se repliega sobre sí misma, establece la red de su mafia, se autopromueve y desbarata implacablemente cualquier tentativa que se proponga desenmascararla. En política se llega al asesinato físico. En letras y artes, a la falsificación de toda verdad, al engaño sistemático frente a espejos y proyectores, cámaras de televisión y de cine.
Grotesca comedia de intereses creados, esperpentos, caricaturas de humanos, garabatos, muñecos deformes de la vanidad, la inversión sexual, la ambición de éxito fácil, la diarrea palabrera, la autosuficiencia […] Avilés evita ceñir su dibujo a alguna personalidad conocida. Su propósito no es el de atacar personalmente a tal o cual individuo sino el de describir un medio social determinado que vive de mentiras, falacias y autopropaganda. Los intelectuales le resultan máscaras vacías en quienes se atrofió toda intuición de autocrítica [...] Esta novela no quiere ser ni un panfleto ni una narración alusiva con claves e intenciones particularizantes y directas, como se acostumbra en América Latina. Avilés crea una forma literaria, un modo de narrar, y por eso su tentativa no puede ser analizada y juzgada tan sólo en función de la intención crítica, sino del lenguaje, del estilo. Se piensa en los esperpentos valleinclanescos, en el expresionismo, en la farsa trascendente, en el poder deformante de la caricatura genial, en ciertos textos dadá.
Su humorismo adquiere por momentos visos fúnebres pero casi siempre se desborda en una facundia irresistible que provoca risa, una risa quizás un tanto nerviosa, reconcentrada, pero risa al fin. Y se admira: el lujo de inteligencia con que se burla de esa gente más inmadura que corrompida, más vanidosa que perversa; la penetración psicológica que le mueve a refundir en un rasgo, una respuesta un enfoque tan expresivos como implacables, lo característico de alguno de los miembros de la farándula intelectual o burocrática; el dinamismo del lenguaje y su plasticidad ese poder de sugerir con frases entrecortadas porque la fuerza de este libro no estriba propiamente en lo que sucede -el traspiés, la caída, el empujón y otros recursos elementales- sino en el modo de contar, de escribir. Estamos fundamentalmente ante un texto de creación literaria abierto, brillante, necesariamente demoledor y valiente, pero más empeñado en inventar un estilo que en atacar burdamente, que en ofender con mayor o menor eficacia […] Todo lo descrito y sugerido por Avilés Fabila sucede del mismo modo en otros países y en otros continentes [...] digámoslo de una vez: el artista e intelectual visto a la manera -tan veraz, tan actual- de Avilés Fabila es exactamente el revés de lo que debería ser.
Un humorismo hondo, amargo, devastador, se construye particularmente para de una cadena de circunstancias y estructuras dadas en el lenguaje, la intelectualidad, la política y la realidad que nos rodean. Asistimos a una confrontación despiadada con las presuntas ‘celebridades’ que se mueven en nuestro anodino mundillo intelectual.
Al parecer esta novela impresionó tanto a Juan Liscano que poco más adelante, ahora en el diario El Nacional, de Caracas, precisó: “Los juegos se trata de una especie de neoesperantismo, en el trato de los personajes, pero con la magia de lo caricaturesco y de lo fantástico, elevada a categoría de crítica del mundo. Es una renovación de la sátira, pero desprovista de todo carácter sentencioso, aunque no de su poder de expresión en sí”.
De nuevo en México, Humberto Musacchio, entonces periodista que arrancaba, escribió en la Revista de la Universidad un extenso ensayo titulado “Entre la novela y el testimonio”. De este trabajo destaco un párrafo:
Los juegos es una bomba que explota en medio del ambiente intelectual mexicano: todos los que han alcanzado algún renombre son satirizados sin clemencia en un libro divertidísimo que reprocha a nuestra inteligencia la vida entre cocteles interminables que son un concurso de alabanzas mutuas, mientras un líder campesino es asesinado con toda su familia en una humilde choza y un dirigente sindical ferrocarrilero se pudre en la cárcel. La mayor indignación proviene de quienes se cuelgan la etiqueta de intelectuales “de izquierda.”
Aunque lacónico, el poeta y universitario de larga carrera Jesús Arellano, en pugna contra todo aquello que significaba autoritarismo, escribió en unas líneas de la revista literaria Letras de Hoy y de Siempre que esta novela “es un documento que estudia, puesto que critica, todos los fenómenos dentro de los cuales se mueven los intelectuales de México”.
Antonio Estrada novelista de inspiración cristiana que murió prematuramente, también participó en el debate al escribir en la revista izquierdista Por qué:
Los juegos ha conmocionado como nunca el cubículo de los monstruos sagrados, sobre todo al ponerles una bomba debajo de la cama a los más intocables [...] Después de René Avilés, cualquiera podrá lanzar granadas contra nuestros monumentales mitos […] Inaugura con brillantez un aspecto que hacía gran falta en nuestra literatura: precisamente la novela moderna sobre política de altura, de ideas más que de simples actitudes.
Por otra parte, el novelista cuentista y también crítico musical Juan Vicente Melo, miembro de la generación de Juan José Gurrola, Inés Arredondo, Juan García Ponce y otros más, redacto un extenso ensayo para las páginas del suplemento La Cultura en México -entonces todavía bajo la severa dirección de Fernando Benítez-, titulado “Escenarios para el apocalipsis”, en septiembre de 1969, es decir, dos años después de publicada la novela Los juegos.
Me ocupo ahora de René Avilés Fabila con motivo de la aparición de su libro de cuentos Hacia el fin del mundo. René Avilés “juega a ser el biógrafo de una generación de zona rosa y fáciles meneos”, nos advierte la doctora y profesora Margo Glantz en su prólogo a Nueva narrativa mexicana:
En el sitio que le corresponde, el autor confiesa que concibe la literatura o su profesión de literato “como un medio de combate, como mi arma”. No sé quién tenga razón, si el autor o la prologuista. Lo cierto es que su novela Los juegos (1967) “editada, distribuida y vendida” por el propio Avilés, no dejó de provocar cierto escándalo. “Sátira política novelada”, como se le ha llamado, Los juegos fue visto como libro escrito “en clave”, sólo para iniciados y que, entre otras cosas, criticaba y hasta ridiculizaba a ciertos personajes del supra y sub mundos intelectuales fácilmente identificables para algunos cuantos (sepan cuántos). Si a eso se circunscribiera, Los juegos sólo alcanzaría una vida efímera: poco tiempo después, otra novela estriptizaría a aquellos “intelectuales que (entonces) todavía no alcanzaban la peligrosa edad del gran viraje”. Vuelta a leer en su segunda edición (1968), Los juegos puede seguir siendo viña como una relación de los hechos, pero además como otra cosa: por ejemplo, la visión desenfadada y ácida de un tiempo concreto y real que se prolonga, ramifica y contamina en nuevos escenarios, en sitios de acción que sólo cambian en virtud de que son otros los actores que los viven; ya no como un mero “testimonio” sino como una estricta novela en la que se intercambian sucedidos reales con imaginarios y que, ambos, alcanzan un alto destino; en fin, como la aparición de un autor que se encamina, encanallándose, por tránsitos dominados por un lenguaje que, a primera vista, podría ser calificado de fácil “facilón”, “ondero” y de “gran ligue”, “meramente periférico”, pero que hoy, en Hacia el fin del mundo, alcanza -por la gracia de haberse “redescubierto”- otra, más trascendente dimensión.
El juego continúa en Hacia el fin del mundo. Sólo que la ferocidad que animaba la novela de Avilés se convierte ahora en la presencia y aceptación de un espectáculo todavía más atroz que, acaso, podría resumirse en la deshumanización del arte. Infinitamente más cuidado, más elaborado, más juicioso, más crítico, el lenguaje empleado en Los juegos resulta ahora un tatuaje, una herida en el exacto punto vulnerable que era el motivo de la supuesta “diversión” del autor. Ante la presencia de Borges, de Arreola, de un cierto Cortázar, Avilés se doblega, se humilla, se engrandece. Las palabras se resuelven en sí mismas y las imágenes, de irreales, se convierten en actualidad que ya no va a conocer temporalidad mediata o inmediata.
El aniversario número cuarenta de Los juegos no pasó inadvertido. A los homenajes que se llevaron a cabo en el palacio de Bellas Artes, en la Escuela Normal Superior, en Puebla, en Coahuila, en Jalapa, en Atizapán de Zaragoza (Estado de México), se sumó la Universidad Autónoma Metropolitana, institución en la que René Avilés Fabila trabaja como profesor de tiempo completo desde su fundación. En el libro que ahora publicamos se incluyen algunas de las ponencias presentadas en mesas redondas del homenaje. En ellas hablaron los doctores José Lema Labadie y Cuauhtémoc Pérez Llanas, rector general y rector de la Unidad Xochimilco, respectivamente, y participaron también los escritores, periodistas y críticos literarios Carlos Ramírez, Dionicio Morales, Eve Gil, Carlos Bracho, Felipe Gallardo Mora, David Gutiérrez Fuentes, Betty Zanolli, Jorge Munguía e Ignacio Trejo Fuentes. En otros homenajes participaron escritores como Humberto Musacchio, Bernardo Ruiz, Montserrat Moreno, Rubén Inclán, y jóvenes narradores como Ricardo Cartas, Luis Martínez, Julián Herbert, entre otros. También recogemos aquí algunas de esas intervenciones. Diversos artistas plásticos dieron su apoyo para la publicación de la novela, como Rina Lazo, Arturo Bustos y el desaparecido Augusto Ramírez. Esta edición de la UAM se enriquece con la inclusión de trabajos de Guillermo Ceniceros, Martha Chapa, Leonel Maciel, Luis Garzón, María Emilia Benavides y Alfredo Cardona Chacón.
La UAM publica esta obra no sólo con la intención de participar en el homenaje y reconocimiento a un escritor que ahora presencia la aparición de sus Obras completas, sino también con el ánimo de contribuir al necesario análisis de una novela contracultural que, en su tiempo, removió los ánimos y causó una de las grandes polémicas de la literatura nacional. Los juegos merece un estudio objetivo y distante de las pasiones encontradas que su publicación suscitó en la primera hora.
*Profesora-investigadora del departamento de Educación y Comunicación, UAM-X. Fue jefa de este departamento de 2004 a 2008. Actualmente está dedicada a la investigación.